¿Quién dijo que los recuerdos no se pueden modificar? No me refiero a cambiar el pasado porque en eso estaremos todos de acuerdo, que es imposible. Me refiero a no sólo verlos de diferente manera sino a cambiar nuestras sensaciones sobre ellos. A cambiar lo que sentimos en aquel momento. Seguramente todo esto sea fruto del daño que me causaron, de una herida que no ha dejado de doler.
Recuerdo como si fuera ayer aquel momento vivido. Una lluviosa tarde de otoño, en la que los nervios que los dos sentíamos eran tan evidentes como las gotas que caían del cielo. Nuestros ojos parecían contener estrellas mientras nuestras miradas no hacían más que cruzarse. Hacía frío pero nos dio igual tomar un café caliente sentados plácidamente en una terraza. Ella con su bebida favorita y yo compartiendo su esplendor. La excusa de fumar era simplemente eso, una excusa. El frío agonizaba en nuestras manos. Moría en nuestros besos. Besos y más besos que ponían nuestra piel de «gallina». Daba igual la gente que pasase ante nosotros y nos mirase mal o con cierta envidia, no los veíamos. Solo existíamos nosotros dos. El tiempo se pasó rápido, las horas se convirtieron en segundos, aunque durante en el transcurso de esos segundos, el reloj parecía no tener agujas. No existía el tiempo. Las palabras fluían como si nos conociéramos de toda la vida, como si supiéramos todo el uno del otro. Ella no paraba de soltar sonrisas que provocaban en mí todo un mar de sensaciones. Sonrisas y más sonrisas. Yo caía cada vez más en sus redes. Era inevitable. Había sido una de las mejores tardes que había pasado. Sentía que a su lado podía volar y eso es algo que hay que tener suerte para sentirlo. Yo la tuve. Me sentía especial.
Pero lo que fue uno de mis mejores cafés, se acabó convirtiendo en uno de los más amargos. O eso es lo que siento en ciertos momentos. Quien dijo que los recuerdos no se pueden modificar, se equivocaba. Una vez más, voy contra el mundo. Muchas han sido las veces que este recuerdo me ha vuelto a la mente. Y muchas de ellas he podido sentir todo lo que sentí aquel día. Ahora con el tiempo, siento algo más. Ahora, también noto como si rayo me partiese casi en dos. Como si me hubiera abierto una herida de arriba a abajo. Preguntas de ¿Por qué? y de ¿Y si…? No dejan de dar vueltas en mi cabeza. Me imagino de lo que hubiéramos podido llegar a ser. No habríamos tenido límites. Pero una mentira no es solo una mentira. Una mentira mancha todas las verdades. Sólo hace falta una para poner en duda todo. Y en mi caso, la mentira fue muy grande. No pongo en duda este momento pero sí que lo mancha. Lo vuelve con un cierto tono de oscuridad, de pérdida de ese tiempo que no existía. En ciertos momentos esa sensación es inevitable.
Pero a pesar de que cambie lo que siento hacia mis recuerdos, hay una parte de mí que lucha contra todo eso. Mi corazón no olvida. No quiere olvidar.
«Te valoré por tus aciertos y no por tu fallo. Preferí creer en ti cuando ni tu misma lo hacías. Querías que te insultara, pero no lo hice. No querías que estuviese a tu lado por lo que habías hecho, pero lo estuve. No querías que te perdonara, y te perdoné. No querías quedarte sola y… ahí estaba yo para que no lo estuvieras, porque no quería que pasaras por eso. Me importabas más tú que yo y eso también es algo difícil de encontrar.»